Amor a los catorce


AMOR A LOS 14
                                                     Una historia escrita por Blue Jeans


Capítulo 1
Hace frío. Muchísimo frío. Me he quitado los guantes y sigo teniendo las manos heladas. Rojitas. Como mi cara, que también está roja. Y no me gusta. Es lo malo de ser tan blanca y de tener la piel tan sensible, que cuando hace frío me pongo colorada y cuando hace calor, también. Es un verdadero rollo. Pero aunque me fastidie y se metan conmigo llamándome melocotón, tomatita o cosas por el estilo, a mis catorce años, empiezo a estar acostumbrada. Resignada, más bien. ¡Abuela, ¿por qué tuviste que ser sueca?! Por lo menos tengo los ojos azules y eso me encanta. Algo bueno tenía que tener ser nieta de una nórdica.

El chico nuevo
¿Nieva? No, parece que ahora no nieva. Aunque el suelo de la calle sí que continúa cubierto de escarcha. Camino de casa, delante de mí iba una señora teñida de rubio que ha patinado y casi se mata. Menos mal que yo he llegado sana y salva. Si me hubiese caído de culo, habría pasado una vergüenza enorme. Porque, a diferencia de otros días, no he venido hasta mi casa sola. Me ha acompañado Adrián. ¿Quién es Adrián? Uno nuevo. Sí, es muy extraño que a estas alturas de curso entre un chico nuevo en el instituto. Estamos casi terminando el primer trimestre y no es habitual. Pero por lo visto su padre tiene una profesión de ésas en la que lo cambian constantemente de ciudad. Pues da la casualidad de que se han mudado a vivir a la casa que está al lado de la mía. Una muy grande que llevaba unos meses sin habitar. Pero es que encima, Adrián va a mi clase y se ha sentado justo en la mesa de delante. ¡Cuántas coincidencias!

Mi mejor amiga
Todavía no me ha dado tiempo a conocerlo mucho, pero la primera impresión que tengo es que es un tipo bastante raro. Alicia, por el contrario, dice que es muy guapo y muy interesante. Y misterioso. Que posee cierto aire a Edward Cullen. ¡Cómo le gustan los vampiros a esta chica! Ha sido verlo y ya se ha pillado por él. Ella es muy enamoradiza, aunque se cansa pronto de los chicos. A éste, nada más verlo, dijo que era para ella. Y me advirtió, además, pero en tono de broma: «Laura, es mío. ¿Okey?». Yo me encogí de hombros y le dije que sí, sin problemas. A mí no me atrae. Físicamente, no está mal. Es alto, tiene los ojos grandes y verdes, y un pelo bonito. Y viste bastante bien. Pero parece muy tímido y apenas habla. Cuando mi amiga le ha dicho que era mi vecino y que podíamos volver caminando los tres juntos, se ha puesto casi tan rojo como yo. Parecíamos el dos de corazones. Aunque luego ha sonreído y ha aceptado. ¡Qué dientes más blancos y perfectos! A Alicia le han hecho los ojos chiribitas. Esta chica no cambiará nunca. Tío guapo que ve, tío guapo del que se enamora. Eso, desde los cinco años que fue cuando nos conocimos. Todo comenzó con Miguel Pacheco, el niño guapetón de la clase. Pelo rubio, ensortijado y ojos azulísimos. Iba todo el día detrás de él. ¿Qué no es posible enamorarse con cinco años? Pues para ella fue posible. Tanto, que las primeras palabras que Alicia me dijo en su vida fueron «quita, niña tonta, éste es mi novio». Y todo porque Miguel se sentó a mi lado y me pidió la plastilina. Imposible de creer, pero sucedió. Siempre se lo recuerdo cuando hablamos de chicos y ella lo niega, aunque luego termina reconociendo que es una gran celosa. Pero una celosa sin mala intención, no como otras. Alicia se cuela por alguien y pone sus cinco sentidos en él, hasta que se aburre y lo deja. Es todo lo contrario a mí. Yo necesito tiempo, hacer las cosas más despacio y que no solo me entre por los ojos.

Un ex enfadado
Pero si a Alicia le ha caído bien el chico nuevo, todo lo contrario le ha pasado a Pablo. Desde el primer momento ha estado fastidiándole con sus amigos. Incluso en el recreo le ha dado un balonazo tremendo a propósito. Me ha dolido hasta a mí. Sin embargo, Adrián apenas se ha inmutado. Ha sonreído, ha dado un par de toques y les ha devuelto la pelota. Yo no me he podido callar y he ido hasta Pablo para preguntarle de qué iba, que ésa no era manera de tratar a un recién llegado. Desde que rompimos, está inaguantable. No lo reconozco. Él se ha disculpado diciendo que había sido sin querer y que el chico se había puesto en medio de la jugada. Mentira. Yo sé que lo ha hecho queriendo, pero tampoco me apetecía discutir más con él. Lo pasé muy mal cuando lo dejamos y tampoco era plan recordar ciertas cosas. Si el primer amor es increíble, el primer desamor es lo peor que te puede pasar. ¡Cómo duele! Tengo grabadas en mi cabeza todas las palabras que pronunció el día que acabamos con lo nuestro. No se me borran de la mente las frases que utilizó para decirme que no quería seguir conmigo. Ni las lágrimas que solté cuando se marchó de mi habitación. Fue terrible y muy duro. Se te crea una especie de presión en el pecho insoportable y estás todo el tiempo como en una nube y con muchísimas ganas de llorar. Me llevé tres días sin comer y escuchando música a todas horas. Canciones tristes y melancólicas. Ahora, cada vez que las escucho se me ponen los ojos rojos y me invade una angustia por dentro difícil de aguantar.

Mi primer beso
Hacía casi cinco meses que salíamos juntos y que nos dimos nuestro primer beso. Fue precioso. Lo mejor que me había ocurrido en la vida. Salíamos en el mismo grupo, pero ese día solo estábamos él y yo. Aburridos. Me dijo que si quería ir al cine. Como amigos, claro. Solo éramos eso, aunque a mí me gustaba desde hacía tiempo. Nunca me había decidido a decirle nada. Vimos «Avatar», aunque yo apenas presté atención a la pantalla. ¡Estaba tan nerviosa! Me temblaba todo el cuerpo. Y de vez en cuando lo miraba para comprobar qué hacía él. Cuando nuestras miradas coincidían, sonreíamos y yo me quería morir. Tenía muchas ganas de darle un beso. Mi primer beso. Pero no sabía si era el momento adecuado. Así que la película terminó y no hicimos nada. Sonrisas, miradas y poco más. Luego fuimos a comer una hamburguesa. Casi no hablamos. Yo no podía apartar mis ojos de los suyos y de sus labios. ¡Me apetecía tanto besarlo! Pero nada, tampoco me atreví a dar el paso en la hamburguesería. Ya daba por hecho de que me iría a dormir sin haber probado su boca. Sin embargo, el destino jugó a mi favor. Eran casi las diez de la noche, la hora a la que mis padres me habían dicho que tenía que estar en casa. Pablo me acompañaba. Y, de repente, comenzó a llover muy fuerte. Cada vez con más intensidad. Corrimos por la calle como dos locos. Hasta que él me cogió de la mano y me guió hasta un fotomatón. Allí estaríamos a cubierto hasta que escampara. Era un sitio muy estrecho, así que casi sin querer, jadeante, me senté sobre sus piernas en el taburete. Y entonces, ocurrió. Me miró intensamente. Como nunca me había mirado hasta entonces un chico. Suspiré. Estaba atacada de los nervios. ¿Iba a hacerlo? Sí. Se lanzó. Cerró los ojos y acercó su cara hasta la mía. Yo también cerré los ojos y, como si fuera la escena final de una película romántica, me dio un beso. Suave. Casi tanto, que apenas noté sus labios. Fue mágico. Eso es todo lo que puedo decir de mi primer beso. A continuación, lo abracé y nos quedamos cinco minutos juntos, sin movernos. Dejó de llover, salimos del fotomatón y caminamos de la mano hasta mi casa. Mi padre, que vigilaba desde la ventana, me echó la bronca cuando me vio besarlo de nuevo al despedirse. Castigada dos semanas. Pero fue un castigo dulce. Y que no cumplí, ya que al día siguiente me perdonó. Aunque ahora esté con una sonrisa, es amarga. Prefiero no pensar más en lo mío con Pablo. Vuelvo a estar sin nadie y como suelen decir, mejor sola que mal acompañada. ¿No? Además, ha cambiado mucho. Ya no es ese chico amable y cariñoso de hace unos meses. Se ha hecho amigo de los repetidores y desde entonces va de malote y se ha liado con varias. Pues por mí que se quede con todas. Ya no le quiero. O eso creo.

Y mis sueños…
¿Cómo sabes si continúas enamorada de alguien? Alicia dice que eso no se sabe, que eso se siente. Que las cosas del amor no se piensan, se experimentan. Ella, cuando quiere, también dice cosas interesantes. Aunque no sé si esto lo leyó en alguna revista para adolescentes. El caso es que, cuando recuerdo lo que tuve con Pablo, las sensaciones son muy contrarias. Y me lío. Pero no sé si el lío lo tengo en la cabeza o en el corazón. En realidad, lo que me gustaría de verdad es volver a enamorarme. Olvidarme de una vez por todas del pasado y encontrar a un chico que me quiera de verdad. Que me cuide, que me abrace cuando esté mal y que me bese en la última fila del cine. Alguien que no vaya de malo, que sea sensible y me comprenda. No sé si pido mucho. Tal vez soy muy exigente y tendría que dejarme llevar un poco más como hace Alicia. Aunque cada uno es como es y necesita lo que necesita. Sólo espero no quedarme sola. Sería horrible. Soy muy joven, lo sé, y no estoy tan mal, aunque me ponga roja por el frío y por el calor. No hay que ser pesimista. Y quién sabe, quizás ese chico del que me vaya a enamorar está más cerca de lo que yo misma pienso. ¿No?

Capítulo 2
Ahora mismo estoy hecha un lío. Y lo que es peor, no sé qué hacer ni cómo actuar. Algunas veces alguien debería decidir por ti. Pero acertando con la solución, claro, y consiguiendo que nadie se enfade. Y si alguien se enfada, por lo menos que haya a quien echarle la culpa. ¿No? Y eso que la mañana empezó muy bien. Hoy era el último día de clase antes de las vacaciones de Navidad. Y además, me han dado el resultado del examen que me faltaba por saber: un seis y medio en Mates. Lo que significa que... ¡he aprobado todo! El primer trimestre lo he sacado limpio. Vale, mis notas podrían haber sido un poquito más altas. Mucho seis, mucho siete, un ocho y un aprobado raspado en inglés. No se me dan muy bien los idiomas, a pesar de que en la playa me confunden con una guiri por mi cara sonrosada cuando me da un poco el sol. ¡No soy extranjera! De todas maneras, no me puedo quejar. En el segundo trimestre estudiaré más, será mi propósito de Año Nuevo. O uno de ellos. Porque otro, más importante, será arreglar las cosas con Alicia. Y es que mi mejor amiga se ha enfadado muchísimo conmigo. Es la primera vez que nos ocurre algo así. Hasta ahora, habíamos tenido riñas, pequeñas broncas. Lo típico de dos amigas que se conocen desde hace mucho tiempo. Pero nunca me había gritado como hoy. Y eso que yo pienso que no tengo la culpa de lo que ha pasado. Si es que lo que no me pase a mí… ¡Menudo día que llevo! Una cosa ha ido llegando detrás de otra. ¡Y todo sin salir del instituto! Ahora mismo estoy hecha un lío. Y lo que es peor, no sé qué hacer ni cómo actuar. Algunas veces alguien debería decidir por ti. Pero acertando con la solución, claro, y consiguiendo que nadie se enfade. Y si alguien se enfada, por lo menos que haya a quien echarle la culpa. ¿No? Y eso que la mañana empezó muy bien. Hoy era el último día de clase antes de las vacaciones de Navidad. Y además, me han dado el resultado del examen que me faltaba por saber: un seis y medio en Mates. Lo que significa que... ¡he aprobado todo! El primer trimestre lo he sacado limpio. Vale, mis notas podrían haber sido un poquito más altas. Mucho seis, mucho siete, un ocho y un aprobado raspado en inglés. No se me dan muy bien los idiomas, a pesar de que en la playa me confunden con una guiri por mi cara sonrosada cuando me da un poco el sol. ¡No soy extranjera! De todas maneras, no me puedo quejar. En el segundo trimestre estudiaré más, será mi propósito de Año Nuevo. O uno de ellos. Porque otro, más importante, será arreglar las cosas con Alicia. Y es que mi mejor amiga se ha enfadado muchísimo conmigo. Es la primera vez que nos ocurre algo así. Hasta ahora, habíamos tenido riñas, pequeñas broncas. Lo típico de dos amigas que se conocen desde hace mucho tiempo. Pero nunca me había gritado como hoy. Y eso que yo pienso que no tengo la culpa de lo que ha pasado.

Enamorada…
Alicia lleva dos semanas en una nube. Más despistada de lo normal. El motivo: Adrián. Sí, el chico nuevo le gusta de verdad. O eso es lo que dice. Insiste en que es el chico de su vida y que jamás había sentido algo así por alguien. Incluso se ha cambiado de sitio en clase para estar más cerca de él. En cada recreo y, cuando nos quedamos a solas, no para de hablar de su «futuro novio». Se hace un poco pesado oírle todo el rato lo mismo. Que si es guapísimo, que si mira qué ojos tiene, que si le encanta su forma de ser… Lo que otras veces, pero multiplicado por cien. Pero es mi mejor amiga y no me queda otra. Anoche me llamó por teléfono a las once para contarme que mañana sería el día, el de la declaración, y que si se me ocurría alguna forma original para pedirle salir. A ella le falta un poco de imaginación, siempre es muy directa. Pero con Adrián quería hacerlo distinto, porque él es especial. Le dije que no podía ayudarla, porque tenía sueño y no me apetecía nada ponerme a pensar. Era su chico, no el mío. Sin embargo, Alicia me estuvo dando la lata hasta que me convenció. Lo planeamos todo detenidamente. Y aunque mandarle una carta anónima no es lo más original del mundo, decidimos que era lo mejor.

El descubrimiento
Ella iba anotando lo que yo le iba diciendo. No escribía una carta de amor desde la primera semana en la que estaba con Pablo. Se me removió bastante el estómago recordándolo. Y me entró algo de pena por no tener a nadie a quien dedicarle palabras bonitas y con sentimiento. Es lo malo de estar sola, que te pierdes las cosas buenas de estar enamorada y ser correspondida. En media hora habíamos terminado. Y elaboramos un plan. Al día siguiente, mientras ella distraía a Adrián en el recreo, yo colocaría la carta dentro de uno de sus cuadernos. Sin decir quién era, Alicia le confesaba sus sentimientos y le citaba para después del instituto en la puerta trasera del edificio. Hasta ahí, perfecto. Romántico, emocionante y con su parte de suspense. Pero sucedió algo inesperado. Como habíamos previsto, Alicia se llevó de clase a Adrián al patio y yo, sigilosamente, me acerqué hasta su mesa. Tenía el cuaderno de Lengua encima de ella. Lo abrí para dejar dentro la carta y... me encontré con una gran sorpresa. En la última página había algo dibujado. Un dibujo que, además, se repetía unas veinte veces. Me quedé casi sin respiración cuando vi un montón de corazones atravesados por flechas pintadas con boli azul. En cada lado había una letra escrita en mayúscula: una «A» a la izquierda y una… «L» a la derecha. ¡Adrián y ¿Laura?! No, ¡eso no era posible! Me estaba empezando a poner muy nerviosa. Repasé mentalmente los nombres de las chicas de la clase y me di cuenta de que sólo dos teníamos como inicial la letra «L» en nuestro nombre. Y Lorena apenas habla con este chico. Es más, no pegan ni con pegamento extra fuerte. ¿Podía estar pillado de ella o era yo su supuesta amada? Intenté tranquilizarme. Respiré varias veces profundamente y analicé una vez más la situación. Tal vez, la que le gustaba a Adrián no era de nuestra clase. O a lo mejor era una ex novia o alguna chica de la ciudad en la que vivió anteriormente. Sin embargo, nunca nos había hablado de parejas del pasado. ¡Qué extraño era todo aquello! Como un sueño de esos raros.

Una gran pelea
Entonces, desperté de repente cuando escuché la voz de Alicia. ¡La carta! La había olvidado por completo. Y también a ella y lo que tenía que hacer durante el recreo. Me dijo que Adrián había ido al baño y que si me había pasado algo, que no había ido con ellos en el recreo. Pero sin que me diera tiempo a contestarle, vio la carta en mi mano y luego el cuaderno. Aunque intenté taparlo con mi brazo, fue inútil. Alicia descubrió la última página llena de corazones atravesados con flechas azules con la inicial del nombre de su queridísimo amor a un lado y la letra «L» en el otro. Abrió mucho los ojos y me miró con rabia. No se lo podía creer. Yo no sabía qué decir, ni cómo reaccionar. Hasta que de su boca salió un grito. Me llamó «robanovios» y un insulto bastante desagradable. Intenté explicárselo, pero no me dejaba hablar. Alicia continuó chillándome durante unos segundos y, en un momento, todo se volvió muy confuso. Mis compañeros comenzaron a entrar en el aula y a amontonarse a nuestro alrededor. Pero ella seguía soltando toda clase de acusaciones y yo no respondía. ¡No me dejaba! Me acusaba de acaparadora, de que siempre tenía que estar por encima y de que, con todos los tíos que había en el mundo, me tenía que fijar en el que le gustaba a ella. ¿Cómo decirle que yo no tenía nada que ver con aquello? Los gritos se terminaron cuando Adrián entró en clase. Alicia lo miró fijamente, como si el tiempo se hubiese detenido durante un segundo. Y salió corriendo con lágrimas en los ojos. Me dio mucha lástima. Quizás debí correr tras ella e intentar alcanzarla para calmarla. Pero no lo hice. Adrián tampoco fue. No se dio cuenta de lo de la carta, ni de que habíamos visto lo que había dibujado en su cuaderno. Menos mal que me dio tiempo a cerrarlo, si no ¡qué vergüenza! El chico me observó, se encogió de hombros y se sentó en su silla. El profesor había llegado y la clase de Plástica comenzaba. Alicia no apareció en toda la hora. Ni tampoco en la siguiente. Me sentía mal. Era imposible pensar en otra cosa que no fuera aquello que había sucedido. Por una parte, mi amiga se sentía engañada por mí, como si yo hubiese hecho algo para enamorar al chico que precisamente le gustaba a ella. Y por otra parte, me preguntaba si realmente esa «L» mayúscula hacía referencia a mi nombre. Si era así… ¡madre mía! ¡Adrián me quería! Así que el problema era doble. De reojo miraba al chico nuevo. ¿Sentía yo algo por él? No. Pienso que no. Aunque es muy mono y simpático. Poco a poco había ido cogiendo confianza, y aunque no se había soltado del todo, hablaba más y tenía un sentido del humor muy peculiar que me gustaba. Todos los días me acompañaba a casa e incluso algunas veces por la mañana temprano coincidíamos en el camino al instituto. No nos decíamos mucho, pero era agradable su compañía. Es de esas personas que hablan lo justo. No dicen más de lo adecuado y prestan atención a todo lo que le cuentas. En una de mis miradas, los ojos de Adrián coincidieron con los míos y me entró un escalofrío que me recorrió de arriba a abajo. Los dos, al mismo tiempo, avergonzados, agachamos la cabeza y miramos nuestros cuadernos. Él, el de Lengua, en el que tenía dibujados los corazones.

Sentimientos enfrentados…
¿Y si siento algo por él? Realmente, si eso fuera así, las cosas se complicarían muchísimo. Y no sólo por Alicia. Como dije al comienzo, todo se me ha acumulado y estoy muy liada. Cuando estaba recogiendo mis cosas para irme a casa, se me ha acercado Pablo. Venía a despedirse porque se va a pasar las vacaciones de Navidad a la nieve con su familia. Me ha dado dos besos en la mejilla. Pero antes de apartar su cara de la mía, no sé si por un impulso, o por una apuesta o por quien sabe qué… me ha besado en los labios. Ha sido un beso cortito, suave, como el primero que nos dimos en el fotomatón. Me ha despertado una cantidad de emociones inexplicables. Pero es que inmediatamente después me ha susurrado en el oído: «Me sigues gustando». Y me ha dado otro beso en la frente. Inmóvil, he visto cómo me guiñaba un ojo y, sin más, salía de clase acompañado por uno de sus amigos repetidores. ¿Por qué me pasan estas cosas a mí? ¡No es justo!

Capítulo 3
A mis catorce años, estoy viviendo una etapa en la que cada día me doy cuenta de que todo es posible y que cualquier cosa puede pasar. Han terminado las fiestas navideñas. No han estado mal del todo. Muchas reuniones familiares, comida abundante y algún que otro regalito. También demasiado tiempo libre que me ha servido para pensar, aunque por lo visto, no se me da muy bien. Porque he hecho justo lo contrario a lo que había decidido. Planes navideños: no meterme en más líos, pasar de los chicos y arreglarlo con Alicia. Mi amiga no me llamó estos días. Ni un comentario en el Tuenti, ni en el Facebook, ni nada de nada. Así que cuando las clases han empezado otra vez, seguía enfadada conmigo. Y no me sentía nada bien por ello.

Amigas otra vez
Sin embargo, ayer nos encontramos en el cuarto de baño del instituto. Fue por casualidad. Nos mirábamos de reojo la una a la otra a través del espejo, indecisas, serias, hasta que ella sonrió. Luego sonreí yo y, por arte de magia, terminamos abrazadas y derramando alguna que otra lagrimilla. Nos pedimos perdón y salimos juntas al patio. Hablamos hasta que sonó de nuevo la campana y me contó algo increíble. ¡Qué ganas tenía de soltarlo! En las Navidades se había liado con… ¡Adrián! Bueno, eso fue lo que dijo al principio. Luego se quedó en un beso y, finalmente, en un piquito. Pero ella estaba muy contenta. El día antes de Reyes, mi amiga fue de compras con su madre a buscar los regalos de última hora. Y resulta que se lo encontró en un centro comercial. No estaba con nadie. Al menos, en ese momento. Se puso muy nerviosa y fue corriendo a saludarlo. El chico parece que también se alegró de verla y estuvieron un rato a solas. Los dos pasearon por los callejones de la sección de juguetes mientras la madre de Alicia decidía qué comprarle a sus sobrinos. Hablaron de varias cosas, sin demasiada importancia. Ella estaba encantada y, mientras me lo contaba, se le iluminaban los ojos. Entonces, cuando se despidieron, a la hora de darse dos besos, Alicia se atrevió a acercar los labios a los suyos. Tanto, que terminó dándole un pico. ¡Increíble! ¿No? Tengo que ser sincera. Cuando Ali me habló de su encuentro con Adrián, sentí un cosquilleo por dentro bastante incómodo. Y sí, me puse un poquito de mal humor. Sólo un poquito. Pero bueno, si mi amiga y el chico nuevo estaban juntos y comenzaban a salir, genial. Era como debía ser. Todo en su sitio. A ella le gustaba muchísimo, y a él… ¿qué pensaría de aquel beso… mini beso? Hoy lo he averiguado. En el patio, Alicia no ha estado con nosotros. Tenía que acabar un examen de recuperación. Así que Adrián y yo nos hemos sentado solos al sol, que lucía por fin después de unos días en los que no ha parado de llover y de nevar. Cuando lo miraba, apenas escuchaba lo que me decía. No me podía quitar de la cabeza el beso que le había robado mi amiga. ¡Y me daba un poco de rabia! ¿Por qué?

Entre dos chicos
Durante las vacaciones de Navidad he llegado a la conclusión de que Adrián tal vez me guste un poquito. ¡Casi nada! Pero también he descubierto que Pablo, mi ex, seguía despertando algo en mí. Así que lo mejor era pasar de los dos. Sin embargo, fue oír lo del beso y… En fin. Tenía mucha curiosidad por saber qué pensaba él sobre el asunto. Por lo que directamente se lo he preguntado. ¿Que no tenía derecho? Posiblemente, no. Pero me ha salido de esa manera. No me he podido aguantar. Además, los dos son mis amigos. Quería tener las cosas claras y averiguar lo que realmente hay entre ellos. Su respuesta ha sido contundente. «Ese beso no significó nada. A Alicia sólo la quiero como a una amiga». He asentido con la cabeza y, luego, un largo silencio. Pensaba que quizá no era del todo sincero. O que tal vez es de esos chicos a los que no les gusta hablar de su vida personal. Pero he sentido un gran alivio por dentro. Como cuando te dicen la nota de un examen aprobado del que no estabas segura si lo habías suspendido. Sin embargo, las confesiones de Adrián no habían terminado. ¿Cómo puede tener unos ojos tan bonitos? Con el sol iluminándolos eran aún más encantadores. Embobada, prestaba atención a lo que me tenía que decir. Estaba inquieto. Y no me miraba directamente cuando hablaba. Hasta que después de darle muchas vueltas, se centró en mis ojos y, a pesar de que le daba un poco de vergüenza, reconoció que… me parecía mucho a su ex. «Dos gotas de agua». ¡Se me puso una cara de tonta! Mis mejillas sonrosadas ardían como nunca. Pero, ¿qué pretendía decir exactamente con eso? ¿Que me quería? Me quedé con las ganas de saberlo porque en esos momentos llegó Alicia tarareando una canción de Maldita Nerea y se sentó con no-sotros. ¡Qué mala pata, en el momento más interesante de la conversación! El chico se quedó callado y dejó que ella explicara cómo le había salido el examen de recuperación. Lo miraba, pero él no me miraba a mí. ¡Me moría por saber más cosas! Simplemente, a Adrián, antes de que apareciera Alicia, sólo le dio tiempo a pronunciar el nombre de su antigua novia: Leire.

Y ahora, Pablo
Los tres volvimos a clase unos minutos después cuando sonó el timbre. Tocaba Matemáticas. Imposible concentrarse en números y letras mezclados entre sí. Yo sólo tenía en la mente lo que mi amigo me había confesado. ¿Le gustaba? ¿Me había comparado con su ex novia por amor o porque le caía bien? ¿Era aquella «L» del corazoncito de su cuaderno que descubrí antes de vacaciones por Leire o por mí? ¡Qué dolor de cabeza! Literalmente. Me iba a estallar. Hasta tal punto que comencé a marearme muchísimo. Veía mal y me empecé a tambalear en mi asiento. No lo soportaba más. Levanté la mano y le pedí al profesor de Mates que si podía salir un momento, que no me encontraba bien. El hombre accedió no de muy buena gana y, enseguida, Adrián también se puso de pie para acompañarme. Pero esta vez, alguien se le anticipó. Pablo me cogió de la mano y pidió permiso para ir conmigo. El profe lo dejó y juntos abandonamos la clase. Pensaba que mi ex me llevaría hasta la enfermería del instituto, pero no fue así. Andamos hasta un banquito del patio y nos sentamos allí. Según él, el aire frío en la cara es mejor que una medicina y eso era lo que yo necesitaba. No tenía ganas de discutir así que le hice caso. Con Pablo, las cosas estaban en punto muerto. Me besó el último día de clase y ya casi no supe más de él en todas las Navidades. Sólo hablamos un día por el MSN y fue para desearnos Felices Fiestas y un próspero Año Nuevo. Lo típico. Apenas dos minutos de su tiempo. De repente, me puso una mano en la rodilla. Lo miré extrañada y él sonrió. Me recordó muchísimo a cuando estábamos juntos. Se había convertido por unos segundos en ese chico encantador del que me enamoré. No se conformó con acariciarme la pierna. Sin esperarlo, se inclinó sobre mí, apartó mi flequillo y me dio un beso en la frente. Un escalofrío. Y después me estrechó entre sus brazos, acomodando mi cabeza contra su pecho. Otro escalofrío. Era desconcertante su actitud. Éste no se parecía al tipo insoportable y presuntuoso de los últimos tiempos. ¿Qué estaba pasando? Pablo no tenía intención de pararse ahí. Buscó mi rostro y puso el suyo a la misma altura. Nuestras bocas se acercaron mucho. Casi sentía su aliento. Pero aquello no era lo que yo quería. Me las apañé para salir de su abrazo y lo miré a los ojos. Seguía sonriendo, dulce, tierno. Seductor. Tragué saliva. Lo estaba consiguiendo. Pero no me iba a dejar atrapar así como así. Me levanté y le rogué que volviéramos a clase, que ya me encontraba mucho mejor. Fracasé en mi propuesta. Con un movimiento ágil, me agarró por las caderas y me impulsó hacia él. En un instante, me encontré sentada en sus rodillas a pocos centímetros de su cara. Me miraba intensamente. Yo respiraba con dificultad. Agitada, nerviosa. No quería… Sí quería. Nada que hacer. Pablo me había atrapado con sus encantos.

Besos…
Sus labios húmedos y suaves contactaron con los míos. Y luego su lengua acarició la mía. Sentí una de sus manos en mi pelo y la otra en la espalda. Nos besamos una y otra vez. Al principio, fue bonito. Luego, apasionado. El airecillo frío me golpeaba travieso las mejillas que estaban hirviendo. Ya no me dolía la cabeza, ni pensaba en Adrián. Ni tan siquiera tuve en cuenta que estábamos en el instituto. Sólo sentía su boca. Y sus manos en mi espalda. Nunca, ni cuando éramos novios, me había hecho sentir tan especial. Por unos minutos me olvidé del mundo. Pero el mundo no se había olvidado de mí. El profesor de Matemáticas, alarmado por nuestra prolongada ausencia, salió a buscarnos. Y nos pilló en pleno beso. No tengo capacidad, ni memoria suficiente, para recordar todos los castigos que me han puesto en el instituto y en mi casa. ¿Mereció la pena? No lo sé. Estoy hecha un lío. ¿Quiero a Pablo? ¿Me gusta Adrián? ¿Los dos? ¿Ninguno? Menos mal que iba a pasar de los chicos.

Capítulo 4
Que lo de Pablo fue un enorme error del que estoy arrepentida. Si es que… ¡ya me vale! Lo peor no ha sido el estar encerrada en mi habitación sino todas las charlas que me han dado. En el desayuno, en la comida, en la cena… He tenido que escuchar un montón de sermones sobre los chicos, el sexo y las relaciones entre las personas. Aunque lo asumo: la culpa es mía por dejarme llevar y hacer algo que no tenía que haber hecho. Al menos, no en ese momento.

Cotilleos y enfados…
En este tiempo, los besos con mi ex han sido el tema de conversación preferido por todos. Que un profesor te coja dándote el lote en el patio en lugar de estar en su clase es lo suficientemente morboso para que los rumores en el instituto se disparen. En los pasillos he notado miradas y cuchicheos. ¡Qué vergüenza! Encima con lo roja que me pongo. La que mejor se lo está pasando con este asunto es Alicia. Al ser mi mejor amiga se ha apropiado de los derechos de la exclusiva. Y como a algunos les da corte preguntarme directamente a mí, acuden a ella para que les explique lo que pasó. ¡Cómo le gusta ser el centro de atención! Disfruta muchísimo. Ella siempre ha sido así, desde niña. Quiere ser actriz o presentadora de televisión, una profesión en la que la conozca mucha gente y se sienta admirada. Es muy extrovertida y le encanta que todos estén pendientes de ella. Aunque, a veces, no lo consiga de la mejor manera. Recuerdo una vez, cuando éramos pequeñas, que teníamos que representar una función de teatro en la fiesta de final de curso en el colegio: Caperucita roja. Las dos queríamos hacer el papel principal. Tuve suerte y me tocó a mí. Sin embargo, fue tal el berrinche que se llevó que al final cambiamos los papeles para que no llorara más. Alicia hizo de Caperucita y yo de árbol. Me dio las gracias y me dijo que, cuando fuera una actriz famosa, me regalaría lo que yo quisiese. Esperaré sentada. El que no se ha tomado tan bien todo esto ha sido Adrián. Ha estado muy serio y un poquito distante conmigo. No hemos hablado mucho desde aquel día en el que sucedió todo. Ni siquiera ha podido aclararme a qué se refería cuando me dijo que yo le recordaba a su antigua novia. Lo cierto es que no hemos estado a solas ni un solo segundo. Como he permanecido incomunicada en casa y en el recreo me he quedado castigada esta semana, apenas hemos coincidido. Además, ya no me espera para regresar juntos después de clase. Creo que lo de Pablo le ha sentado fatal. ¿O no? Este chico me desconcierta. No sé si le gusto de verdad o no. Y lo que es más preocupante: no sé si me gusta tanto a mí. Sigo hecha un lío tremendo.

Una propuesta
Anoche tuve un sueño en el que aparecía él. Estaba sentado en un columpio y se balanceaba lentamente. Yo lo observaba desde lejos y sonreía. Me apetecía sentarme en el columpio que estaba libre y charlar un rato con él. Sin embargo, mientras caminaba hacia allí, alguien se me adelantó y se colocó a su lado. Era una chica que se parecía mucho a mí. Casi podría decir que era yo misma aunque no lo sentía así. Los dos empezaron a hablar y a reírse mientras se columpiaban. Se notaba una gran complicidad entre ellos, como si se conocieran de siempre. Fue muy raro y debo reconocer que me puse triste. ¿Es eso normal? Yo qué sé. Estoy muy perdida en mis sentimientos. Mi situación me recuerda a esa canción de Robin que empieza: «Tengo dos amores a la vez…». Aunque yo no sé siquiera si tengo uno. Lo de Pablo fue algo… ¿extraño? Pero a la vez, ¡increíble! He pensado mucho en él desde que nos liamos en el instituto. También es que me he pasado horas y horas aburrida sola en mi habitación sin nada que hacer. Quién sabe si lo nuestro puede volver a surgir o es una historia que ha finalizado del todo. ¿Ha cambiado de verdad? Ésa es mi gran duda. Conmigo el día que nos liamos, fue dulce, apasionado, atento. Pero sigue saliendo con los mismos chicos que antes. Los malotes del instituto. Y tontea demasiado con las chicas de clase. O eso es lo que a mí me parece. Qué rabia cuando les pone esa sonrisita tan suya. Uff. ¿Qué pretende? Si le doy una oportunidad quizá me lleve un chasco. No sé. Hoy ha pasado una cosa que me hace dudar de él todavía más. Era media mañana, después del recreo. El mismo profesor que nos pilló besándonos en el patio estaba explicando algo en la pizarra. Yo escuchaba medio dormida, con el codo apoyado en la barbilla, dibujando estrellitas y circulitos en mi cuaderno. Y, de repente, algo me sobresaltó. «¡Ay!». Alguien me había lanzado una bolita de papel que me dio en toda la cabeza y había caído al suelo. Miré a un lado y a otro hasta que descubrí que Pablo me observaba y se ponía un dedo en la boca pidiéndome silencio. Luego, me guiñó un ojo. Con sorpresa, me agaché y recogí el papel con sigilo. Desplegué la hojita y leí lo que me había escrito: «Nadie besa mejor que tú. Quiero repetir. Entre clase y clase en el baño de chicas. ¿Te apetece?». ¡Me entró un escalofrío tremendo! ¿Quería yo repetir? ¿Me apetecía? Sabía la respuesta.

¿Está jugando?
Se me puso la piel de gallina al recordar sus labios suaves en los míos y sus manos rozándome la espalda. Sin embargo, no quería ni podía arriesgarme. Si me volvían a cazar besándole en el instituto o en alguna otra parte, podía ir preparándome para una buena. Más rumores, más castigos y… ¡más charlas de mis padres! Así que arranqué una página de mi cuaderno y le respondí: «No es el momento. Tal vez otro día». Hice una pelotita con la hoja y, cuando el profesor no miraba, se la lancé. Pablo la agarró con la mano, al vuelo, y la leyó. Pensé que pondría cara de fastidio pero me equivoqué. Sonrió y le comentó algo en voz baja al chico que se sienta a su lado, que soltó una carcajada. Eso no me gustó nada. ¿Qué le había contado? ¿Tenía que ver conmigo? Inmediatamente, cogió un bolígrafo azul, un papel y se puso a escribir en él. Esperaba que terminase para recibir una respuesta. Lo miraba de reojo, pero Pablo pasaba de mí. Seguía centrado en el papel y en lo que estaba escribiendo. ¡Cuánto tardaba! ¿Qué escribía? ¿El Quijote? Finalmente, acabó, hizo un repaso de lo que había apuntado en la hoja y la arrugó hasta hacer una bola muy pequeña. ¡Por fin! Estaba nerviosa por saber qué había escrito. Me di la vuelta, ya sin tener en cuenta al profesor, y lo miré. En cambio, él no me miró a mí. Apuntó en otra dirección y le lanzó la bola de papel a ¡Susana! La tía más buena de la clase. Me quedé helada. La chica leyó la notita, sonrió y le respondió con otro mensaje en forma de bolita de papel. A cuadros. Mis sensaciones durante el resto de la mañana fueron contradictorias. Por un lado, me repetía a mí misma que había sido una estúpida por creer que le volvía a gustar a Pablo. Se había liado conmigo como podría haberse liado con cualquiera. ¡Tenía que olvidarme de él ya! Pero por otro, me decía que no debía juzgarle sin saber lo que ponía en aquel papel. ¿Debía averiguarlo o no era asunto mío? Me estaba volviendo loca. La penúltima clase fue insufrible y la última se hizo eterna. Entonces, mientras recogía, inesperadamente, Pablo se acercó hasta mí. No venía acompañado y parecía muy alegre. Alicia, con una sonrisa pícara, me dijo que me esperaba fuera. Adrián se había marchado ya también, en silencio, sin despedirse.

¡Pillados!
No quedaba nadie más. Solos, él y yo. Como aquel día en el patio. Como antes cuando salíamos y nos divertíamos juntos. De nuevo, un escalofrío. ¿Qué quería? Estaba nerviosa. Se sentó encima de mi mesa y me pidió que me sentara un momento con él. No sé por qué, pero le hice caso. No habíamos hablado casi nada desde que nos liamos. Escuchaba cómo mi corazón latía deprisa. ¡Me iba a dar algo! Y entonces habló sonriente. Me contó que lo de aquel día fue muy especial para él y que le apetecía repetirlo conmigo si a mí también me apetecía. Que hasta se estaba planteando pedirme volver a salir. Pero que si yo no estaba segura o no quería que me comprendía y me respetaba. Lo oía embobada. Tanto que no me di cuenta de que cada vez estaba más cerca y de que sus labios tenían intención de contactar de nuevo con los míos. ¡Otra vez! Pero en esta ocasión no hubo beso. Como quien se despierta de un sueño profundo, di un brinco al ver a alguien en el umbral de la puerta de la clase. Adrián había regresado. «Se me había olvidado el abrigo», comentó muy serio y se marchó de nuevo. Instintivamente, me puse de pie. Pablo también se levantó, pero no le dejé hablar más. Le di un beso en la mejilla y me fui a casa sola. Sí, el castigo ha terminado, pero mis dudas, mis preguntas y mis indecisiones continúan muy presentes.

Capítulo 5
Pero hoy no soy demasiado objetiva. Aunque hace frío, no sopla el viento helado que hemos sufrido a lo largo de este invierno. Es una noche para enamorados y para enamorarse. Y yo… ¿Estoy enamorada? ¡Qué sábado más extraño! Y ha terminado de una manera inesperada… Más de lo que podía imaginar. Ha sido… No me salen las palabras para describir mis sentimientos y sensaciones. ¡Son tantas y tan distintas! Pero comenzaré por el principio.

Tarde de ¿chicas?
Tras pasarme unos días encerrada en casa por el castigo que mis padres me habían puesto después de que mi profe me pillara besando a Pablo, me apetecía salir. Tenía muchas ganas de ir al centro, ver una peli en el cine y comerme una hamburguesa de ésas enormes con patatas para cenar. No soy de las que hace esto muy a menudo, pero hoy me ha tentado la propuesta de Alicia. A mediodía, mi amiga me llamó al móvil y me dijo que qué me parecía una tarde juntas. Me iba a negar, pero me sorprendí a mí misma contestándole que aceptaba y preguntándole lugar y hora. ¿Las dos solas? Sí. O al menos, eso fue lo que me hizo creer. Sin embargo, cuando llegué al sitio en el que habíamos quedado, al que encontré esperando fue a Adrián. Intenté disimular mi sorpresa, aunque no sé si lo conseguí. Lo saludé y él me respondió con frialdad. Apenas cruzamos cuatro palabras. Seguía molesto conmigo, como durante toda la semana. Desde que ocurrió lo de Pablo, ha mostrado esa actitud. Pero… ¿qué hacía él allí? ¿Íbamos a salir juntos? Enseguida obtuve una respuesta afirmativa, porque Alicia apareció inmediatamente gritando. Haciéndose notar, como siempre. Nos dio dos besos a cada uno y se puso a hablar como una loca, a decir lo bien que nos lo pasaríamos los tres esa tarde. No paraba ni un segundo. Se le notaba nerviosa y más tarde descubriría el por qué. Comenzamos a caminar por el centro. Nos detuvimos en numerosas tiendas en rebajas y escaparates llenos de prendas a mitad de precio. Aspiramos el olor a gofres y a castañas asadas. Vimos a muchísima gente caminando sin prisas y más arreglada que en un día normal. Así es un sábado por la tarde en la gran ciudad. Ambiente ideal para desconectar de la rutina y olvidar los malos tragos de la semana. Sin embargo, yo no estaba cómoda. La situación no era la más agradable para mí, ya que Adrián y Alicia conversaban entre ellos y me dejaban un poco de lado. ¿Habría algo entre los dos? Según él, la última vez que hablamos, ella era sólo una amiga y no le gustaba de otra forma. Pero por lo que estaba viendo en ese instante, parecían más compenetrados y cercanos el uno con el otro. ¿Había cambiado de opinión? Los tíos son así. No hay quién los entienda. Aunque nosotras también tenemos lo nuestro. Si no, cómo explicar aquellos celos que me estaban invadiendo por dentro. No soportaba tanta risita y tanta complicidad entre ellos.

El plan de Alicia
Quería salir para pasármelo bien con mi amiga, no para sujetarle los candelabros. Llevada por un impulso incontenible, agarré a Alicia por la mano y salí corriendo con ella hacia el cine al que íbamos a ir en el final de la calle. «¡Tú compra las palomitas!», le grité a Adrián, que se quedó inmóvil, sorprendido por mi reacción. Creo que ninguno de los dos se dio cuenta de por qué hice eso. Aparentemente, fue un gesto infantil y divertido. Pero la realidad era muy distinta. Me seguía gustando Adrián. Y verlo tan cariñoso y atento con mi amiga me fastidiaba. El problema era que hacía dos horas había hablado por el MSN con Pablo. Y mis sensaciones con cada una de sus palabras eran las mismas. Estuvimos charlando de todo un poco, riéndonos, intercambiando iconos… En la soledad de mi habitación, sonreía, suspiraba y me convencía a mí misma de que Pablo había cambiado. Tal vez lo nuestro sólo había sido un descanso. Una pausa de ésas que hacen algunas parejas para aclarar lo que sienten de verdad. Sin embargo, ¡Adrián también me gustaba! Entonces, ¿a cuál de los dos prefería? Sabía que me estaba comportando como una cría, pero era incapaz de aclararme. Aunque lo más curioso de todo es que no estaba ni con uno ni con otro. En la cola para comprar las entradas, Alicia me hizo una confesión. Cambió su actitud habitual y tímidamente, casi me susurró el motivo de aquella cita para tres: se iba a declarar a Adrián y quería que yo le echara una mano. Me quedé con la boca abierta. Según me contó, había tenido sus dudas, porque no estaba segura de los sentimientos del chico hacia mí. Aquel corazón con la «L» dibujada en su cuaderno que vimos antes de Navidad aún le hacía sospechar. Pero después de que se besaran en la juguetería y de que yo me liara con Pablo, con el que creía que formaba una muy buena pareja, decidió contar conmigo para intentar conquistar el corazón de Adrián. Y qué mejor que salir los tres juntos un sábado por la tarde.

Entre el amor y la amistad
Me sentía utilizada. Mi amiga sólo me había llamado para que la ayudara a ligarse a un tío que, curiosamente, también me gustaba a mí. Uff. Le pregunté que por qué aquello no lo hacía ella solita, que era ya mayor y que yo allí no pintaba nada. Quizá fui un poco borde, pero es que estaba furiosa. Alicia se puso muy seria y me pidió perdón. Mientras pagábamos las entradas, me explicó que no sabía cómo actuar con él y que tenía miedo de que si yo no iba, Adrián se hubiera negado a ir con ella sola. Resoplé. La entendía. Aunque no por eso dejaba de estar molesta. Sin embargo, traté de serenarme y le di un abrazo. Casi se pone a llorar y una vez más me pidió disculpas. Pobrecilla. Me daba pena verla así. Alicia es mi mejor amiga y, aunque a veces haga cosas con las que no estoy de acuerdo, la quiero mucho. Un tío no debía ser un obstáculo entre ambas. Sin embargo, aquel chico nuevo en la ciudad había logrado crear, sin quererlo, un conflicto tras otro entre las dos. Adrián llegó poco después cargado con tres grandes bolsas de palomitas. Me fijé bien en él. ¿Qué tenía para gustarnos tanto a Alicia y a mí hasta el punto de habernos enfrentado? Cruzamos miradas y sentí un escalofrío. Sonrió y yo, como una tonta, le sonreí. ¿Era una señal de paz? La sala del cine estaba ya a oscuras cuando entramos. La película no había empezado pero sí los trailers previos. Nuestra fila era la úndecima. Adrián se sentó en la butaca del centro y nosotras, cada una a un lado. Alicia a su izquierda y yo a la derecha. Entonces se me pasó por la cabeza algo. ¿Y si mi amiga decidía que aquel era el momento para lanzarse? No lo creía posible, pero rezaba para que no se liaran delante de mí. No presté atención al principio de la película. Sólo escuchaba el ruido de las palomitas y el sorbo de los refrescos. Estaba muy tensa y me negaba a mirar hacia mi izquierda, aunque me moría de curiosidad por saber si Alicia había dado un paso adelante, cogiéndole la mano o apoyando la cabeza en su hombro. Si eso era así, lo siguiente podrían ser besos. ¡Me estaba volviendo loca! Así que cerré y abrí los ojos un par de veces con fuerza, suspiré e intenté concentrarme en la pantalla. Lo logré durante unos minutos hasta que… La sala permanecía en silencio, salvo por una parejita que se besuqueaba cinco filas delante de nosotros. Eran besos demasiado escandalosos. Además, a ella se le escapaba alguna que otra risa bastante imprudente. No me había dado cuenta hasta entonces, pero aquella chica me resultaba familiar…

Una dura traición
De repente, se giró porque alguien le estaba llamando la atención y la vi. ¡Susana! ¡Qué coincidencia! Pero la casualidad no acababa ahí. Mi sorpresa fue aún mayor cuando el chico con el que estaba también se dio la vuelta y observé que con el que se estaba liando la tía más buena de mi clase era… Pablo. No pude contenerme. Me levanté de mi asiento y bajé hasta la fila seis. Ellos no me vieron hasta que puse una mano en el hombro de mi ex novio para llamar su atención. Pablo me miró estupefacto y, sin que le diera tiempo a decir nada, recibió un gran tortazo en plena cara acompañado de un insulto. Me hice daño en la mano, pero más dañado tenía el corazón. Salí corriendo. Quería huir de allí. Me sentía engañada y humillada. Sin decir nada a mis amigos, me marché del cine. Las lágrimas bañaban mis ojos y mis mejillas. Estaba tan enfadada que no me percaté de que el semáforo estaba en rojo. Iba a cruzar, pero una mano me agarró con fuerza por la camiseta y tiró de mí hacia la acera. Cuando me di cuenta estaba cautiva en los brazos de Adrián que me miraba con dulzura. ¡Me quedé hipnotizada! No podía separar mis ojos de los suyos. Y sin pronunciar ni una sola palabra, apoyé mi cabeza en su pecho y descargué toda mi rabia en un llanto amargo y profundo. Lloré y lloré, hasta que mi amigo me sujetó delicadamente la barbilla, alzó mi cabeza hacia el frente y me besó con pasión en los labios. Todo eso, delante de Pablo y de Alicia que también habían salido en mi busca…

Capítulo 6
Me acusó de traidora y de muchas cosas más. No se podía creer que hubiera besado al chico que le gustaba justo el día en el que iba a declararse. Yo la miraba, pero no sabía qué decirle. Intentaba explicarle que aquello no había sido cosa mía, pero sólo me salían palabras sueltas y sin sentido. Tartamudeaba nerviosa. Empecé a notar cómo mis ojos volvían a humedecerse. ¡La presión del momento me estaba superando! Adrián tampoco decía nada. Aguantaba como podía los constantes insultos de Pablo y observaba con cierta tristeza la bronca que mi amiga me estaba echando. Para él tampoco fue sencillo. Sin embargo, cuando más tensa estaba la situación, hizo algo que ninguno esperábamos. Cogió de un brazo a Alicia, la miró a los ojos fijamente y le confesó que a ella sólo la quería como amiga. Lo sentía mucho, pero la que realmente le gustaba era yo. Fueron sólo unos cuantos segundos pero se hicieron eternos. Cada palabra era una sentencia. Cuando el chico terminó de hablar, los cuatro nos quedamos en silencio. La gente caminaba a nuestro lado en el centro de la ciudad y nos observaba curiosa. Pablo fue el primero en reaccionar. Dio una patada a una piedrecita que había en la acera, se dio la vuelta y se marchó silbando con las manos dentro de los bolsillos del pantalón. Le entendí un «Tú te lo pierdes» y reconocí en su comportamiento al chico de las últimas semanas. Al mismo chico.

Una amiga herida
Para él, todo aquello había sido un juego. No me quería, sólo pretendía pasar un buen rato conmigo de vez en cuando. Y quizá si no lo hubiera pillado liándose con Susana en el cine, no me hubiera dado cuenta nunca. En ocasiones, las casualidades son las que marcan tu futuro. No sabes el motivo, ni por qué pasan, pero de buenas a primeras chocas con algo de improvisto y lo que en un minuto era de una manera, al siguiente lo es de otra. Así de caprichoso es el destino. Y aunque me dolió verlo con la tía más buena de mi clase, más me hubiera dolido darle una oportunidad y enterarme luego de que, en realidad, no había cambiado. Cuando mi ex novio se fue, Alicia se dirigió cabizbaja hasta un banco. Se sentó y se puso las manos en la barbilla. Pensativa. Me daba miedo sentarme con ella, pero Adrián me hizo un gesto cómplice y acudí con él a su lado. No nos miró. Balbuceaba frases ininteligibles en voz baja y movía de un lado para otro la cabeza. En ese instante, ¿qué se suponía que debía hacer? ¿La abrazaba y le pedía perdón por lo que había hecho? ¿O me quedaba callada esperando que reaccionara? Al verla así, comencé a arrepentirme un poco del beso a Adrián. Sí, había sido él quien se había lanzado, pero yo le seguí. No me aparté y también lo besé a él. Me gustó. Me gustó mucho que me besara de esa forma. Y me sentí bien. Arropada, protegida, incluso querida. Pero Alicia estaba tan mal… Una vez más, fue Adrián el primero en actuar. Le insistió a mi amiga con dulzura para que lo mirase. Ella, al final, accedió sin ningún entusiasmo. Estaba muy seria. Pero él sonrió y le expuso sus verdaderos sentimientos. Me sorprendió su tranquilidad al hablar. Comenzó diciéndole que era una chica estupenda, un sueño para cualquiera, pero que él sólo la veía como una gran amiga. Le dijo tantas cosas bonitas que casi me puse celosa. Yo callaba y escuchaba. Asentía con la cabeza a todo cuanto Adrián afirmaba de Alicia. Me seguía resultando difícil mirar a los ojos a mi amiga que resoplaba una y otra vez. Finalmente, los dos sonrieron por una broma que él le gastó. Y se fundieron en un abrazo. Luego Ali me abrazó a mí. Alcancé a ver lágrimas en su rostro. Me dio muchísima pena.

El desamor
Es muy duro que te rechacen. Yo lo sé bien. El desamor es una de las peores cosas que existen en la vida. Tú pones todo de tu parte y te entregas por otra persona. Tu corazón se descontrola y no puedes hacer nada por evitarlo. Pero si esa persona no siente lo mismo que tú, el mundo se te cae. Todo se derrumba. Es tal la sensación de angustia que apenas te deja respirar. Y se forman esos nudos tan famosos en la garganta y en el estómago. Pobre Alicia. Los tres nos pusimos de pie. Caminamos unos minutos por el centro en silencio. No había mucho más que decir. Aún era temprano para irnos a casa, pero mi amiga no tenía ganas de nada más. Aunque intenté convencerla de que se quedase, no quiso. Para ella, la tarde y la ilusión habían terminado. Se despidió de nosotros y, después de una sonrisa triste, se marchó. Creo que una vez que sabía que no tenía nada que hacer con Adrián, prefería llorar y desahogarse sola en su habitación. Me sabía muy mal verla así y no acompañarla, pero en ese momento lo mejor para ella era que no la agobiara.

Beso revelador
Y entonces, mientras se alejaba, caí en algo: ¡estaba a solas con Adrián! Sí, era algo obvio, pero no me había dado cuenta de lo que eso significaba. Me puse muy nerviosa. Me temblaban las piernas. ¡Y más cuando me cogió de la mano! Todo era como una especie de sueño extraño. Caminaba cogida de la mano del chico que le gustaba a mi amiga, al que hacía pocos minutos había besado, después de ver a mi ex liándose con otra. ¿Seguro que no era un sueño? No, no lo era. Y si lo era, me desperté de golpe cuando Adrián me preguntó si me podía besar de nuevo. Estábamos al lado de una fuente en una plaza llena de gente, aunque lo que más se escuchaba era el sonido del agua cayendo con fuerza contra el fondo repleto de monedas. Yo, sin embargo, lo único que oía eran los latidos de mi corazón. No sé si llegué a responderle, pero no hizo falta. Quería que me besara y me besó. Las gotitas de agua que salpicaban de la fuente mojaban mi pelo y mi cara, pero eso no era lo que más escalofríos me provocó. Sus labios en mis labios, sus manos en mi cintura, su cuerpo tan cerca del mío... Uff. En el beso, abrí los ojos un instante. Él mantenía los suyos cerrados. Es una sensación tan increíble ver al chico al que besas entregado a ti… Y me sentí feliz. Muy feliz. En ese momento, no pensaba en Alicia, ni en Pablo. En nadie. En nada. Sólo disfrutaba de él. De ese chico tímido, atractivo, inteligente. El mismo que llevaba una semana casi sin hablarme, que me había comparado con su ex novia y que había despertado en mí un sentimiento que hasta entonces no había conseguido descifrar.

SMS misterioso
¿Estaba enamorada de él? Difícil pregunta con difícil respuesta. Lo estaba pensando mientras su boca y la mía continuaban unidas hasta que, de repente, uno de los chorros de la fuente se volvió loco y apuntó directamente hacia nosotros. Yo grité y salí corriendo, agarrando a Adrián de la mano. Pero ya era tarde. Estábamos empapados de agua. Nos quitamos los abrigos, completamente mojados. Y pese al frío, nos reímos hablando de lo que acababa de pasar. Un nuevo beso. Éste más cortito. Y más sonrisas. Me sentía como si fuese la protagonista de una película de estas romanticonas. Sin embargo, algo sucedió que rompió la magia del momento. Adrián metió la mano en uno de los bolsillos de su abrigo y cogió su móvil para comprobar que no se había mojado. Me dijo que tenía un mensaje. Lo abrió y su cara cambió completamente al leerlo. No me reveló de quién era, ni lo que ponía, pero me dijo que tenía que irse ya, que se había hecho muy tarde. Fue muy raro. Como vivimos uno al lado del otro, me acompañó a casa. Aunque fuimos de la mano, estaba como ausente. No hablamos mucho y empecé a preocuparme. ¿Qué decía ese SMS para que aquel chico cambiara tanto? No quería separarme de él. ¡Me daba miedo que al día siguiente, las cosas no fueran de la misma manera! Pero no podía hacer nada. ¡Maldito mensaje! En la puerta de mi casa, Adrián se serenó de nuevo y regresó el chico sensible y tranquilo de siempre. Me dijo que lo había pasado genial y que le gustaba. Que le gustaba muchísimo. Me puse muy colorada y esta vez fui yo la que se lanzó. Le rodeé el cuello con mis brazos y lo besé intensamente. Fueron unos segundos preciosos que me dejaron un gran sabor de boca. Lo peor fue verlo alejarse hasta su casa. Me miró una última vez y se dio la vuelta para ya no girarse más. Entré en mi casa y cerré tras suspirar varias veces. Ése ha sido mi sábado. La luna sigue presidiendo la noche con toda su magnitud. Está preciosa. Y hay cientos de estrellas que la escoltan. No sé si estoy enamorada. Mis sentimientos ahora son muy fuertes, pero me da miedo sentir más. ¿Debo ser más precavida? ¿Estará enamorado de mí o sólo le gusto un poco? Adrián no es como Pablo, pero tampoco sé si debo arriesgarme con él. ¿Y si me llevo otro palo? No quiero pasarlo mal por amor otra vez. No lo soportaría después de lo que mi ex me ha hecho. Creo que por esta noche no le daré más vueltas a la cabeza, aunque sé que será muy difícil no pensar en todo lo que ha pasado hoy. Me costará dormir. Pero si lo consigo y sueño, espero encontrarme con Adrián y que me trate y que me bese como lo ha hecho en la realidad.

Capítulo 7
¿Es cosa del destino? En este caso, creo que más bien ha sido cosa de mi madre. Hoy me levanté bastante tarde. Tenía mucho sueño porque anoche me costó dormirme. Normal. Los besos con Adrián, la pillada a Pablo, el enfado de Alicia… Todo pasó muy deprisa y de una forma inesperada. Demasiadas cosas en mi cabeza. Por mucho que le ordenaba a mi mente que descansara, ésta era incapaz de relajarse. Ni contando ovejitas, ni escuchando música tranquila… Nada. Imposible. Me dormí cerca de las cuatro de la madrugada. Así que hasta las once y media no me he levantado.

Comida familiar
Mientras desayunaba, mi madre me contó que ayer habló con Eva, la vecina. Sí, la madre de Adrián. ¿Mi suegra? Suena muy raro llamarla así. Soy muy joven para tener suegras. Sin embargo, si empiezo a salir con él, esa señora se convertirá en eso. ¿No? El caso es que las dos conversaron animadamente y decidieron que hoy comeríamos las familias juntas. ¡Día de paella en el jardín! Por un momento, pensé en que esto podría parecer la típica comida familiar planeada entre los padres del novio y de la novia. Pero cuando Eva y mi madre hablaron ni siquiera nos habíamos besado. ¡Qué casualidad! Justo el día después de liarnos, ya tenía que comer con su familia. Raro, ¿no? A decir verdad, tampoco era tan mala idea. Podría volver a estar con Adrián. Aunque no sabía exactamente cómo comportarme. Después de lo de ayer, ¿éramos novios? Lo estuve pensando el resto de la mañana. Y sólo estaba segura de una cosa: fuéramos lo que fuéramos, mis padres y los suyos no podían enterarse de nada. Cuando sonó el timbre de mi casa, me puse muy nerviosa. Mi madre me gritó que abriera y yo corrí hasta la puerta, no sin antes tropezar con una doblez de la alfombra y casi estrellarme de cabeza contra el suelo. ¡Qué torpe! Por esto, cuando abrí, estaba colorada, una vez más, como un tomate. ¡Con lo mona que me había puesto! Había sacado del armario un vestido precioso, blanco, que me llega por las rodillas. Tal vez un poco fresco para la época del año en la que estamos. ¡Pero para gustar hay que sufrir! Adrián estaba muy guapo. Vestido totalmente con ropa vaquera azul. Me sonrió al verme y me dio dos besos, el segundo de ellos un pelín más largo. Luego, su madre y su padre, que me saludaron con mucha efusividad. Qué simpáticos. Mis padres llegaron enseguida y los besos y abrazos se prolongaron. Los seis salimos al jardín. ¿Por qué siempre son los hombres los que preparan la paella de los domingos? Es una ley no escrita que se cumple una vez tras otra. Así que mi padre, Adrián y Arturo, su padre, se pusieron manos a la obra. Mientras, mi madre, Eva y yo nos encargamos del resto de cosas.

Amor escondido
Y entonces comenzó el bombardeo de preguntas. Parecía un concurso. Mi futura suegra preguntaba y yo respondía. ¿Cómo me iba en clase? ¿Qué quería estudiar cuando fuera mayor? ¿Qué pensaba de esto o de aquello? Y la pregunta clave. Llegó tras una sonrisilla maligna: ¿no hay ningún chico que te guste? Mi madre y yo nos miramos antes de contestar. ¿Qué le decía yo a esta buena mujer? ¡Y delante de mi madre! Dudé, tartamudeé y mentí: no. No había ningún chico que me gustara. Creo que nadie me creyó. Además, mis mejillas me delataban. Pero al menos, en esta ocasión, me libré. El interrogatorio terminó porque los hombres nos llamaron: la comida estaba lista. Me senté junto a Adrián. Era lo que llevaba esperando desde que llegaron. Había planteado inventarme cualquier excusa para que subiera a mi habitación. Pero hubiera sido gastar un cartucho demasiado pronto. Así que me aguanté las ganas de estar a solas con él. Teníamos que hablar. Pero aún no era el momento adecuado. Es muy extraño estar al lado de la persona que te gusta y hacer como si nada. Nos rozamos un par de veces con los brazos y nuestras manos coincidieron por casualidad en la cestita de mimbre del pan. Fue un momento muy especial. Aunque parezca poca cosa, el simple contacto con sus dedos me puso nerviosa y me provocó escalofríos. En ese instante, me entraron unas ganas enormes de besarle. Y creo que a él también le pasó. Pero nos contuvimos

Por fin a solas…
En la mitad de la comida descubrimos un nuevo método de contacto: por debajo de la mesa, con los pies. Hicimos «piececitos» un rato, hasta que le di sin querer una patada a su padre. ¡Qué vergüenza! ¿Alguna vez se me curará el ser tan torpe? Creo que sé la respuesta. Por mi culpa, se nos cortó el rollo, aunque Adrián se estuvo riendo un buen rato. A pesar de que es un chico bastante callado y, en ocasiones, excesivamente prudente y tímido, cuando sonríe se le ilumina la cara. Y si serio es guapo, riendo es… perfecto. Mis ganas de besarle aumentaban cada minuto y entonces ya no lo soporté más. Le propuse subir a mi habitación para que escuchara una canción que había descubierto hacía poco. Le hablé entusiasmada del «Solamente tú» de Pablo Alborán. Él accedió a subir a mi cuarto, pero cuando estábamos poniéndonos de pie, mi madre nos dijo que esperáramos, que el postre estaba listo: una mousse de limón que llevaba toda la mañana preparando. Uff. Qué mala pata. Le dije que no me apetecía pero insistió tanto que no nos quedó más remedio que quedarnos. ¡Vaya fastidio! ¡Yo quería otro postre! Nos volvimos a sentar y aguardamos pacientes nuestro momento. Aunque la mousse de limón estaba riquísima, deseaba con todas mis fuerzas que nos dieran permiso para levantarnos. Miré a mi madre a los ojos cuando me tomé el último trocito de postre y ésta hizo un gesto con la mano condescendiente. ¡Nos podíamos ir! Casi agarro a Adrián por la mano, pero me controlé. Retiré la silla de la mesa con cuidado, me puse de pie despacio y, sin mirar hacia atrás, entré en la casa. Supuse que él vendría detrás de mí. Y así fue. Oía sus pasos cercanos. Hasta que llegó a mi altura y los dos caminamos hacia mi habitación. Y de nuevo me puse nerviosa. Iba a estar a solas en mi cuarto con el chico que me gustaba. ¡Madre mía!

¡Otro SMS!
Afortunadamente, durante la mañana, previendo que podría pasar lo que estaba pasando, arreglé mi dormitorio. Todo estaba bien guardado y recogido. Incluso olía a vainilla, gracias a una vela perfumada que encendí después de desayunar. El ambiente era ideal, pero yo estaba temblando. Y más cuando Adrián se sentó en mi cama. Sonrió, como él suele hacerlo, y me invitó con la mano a que me sentara junto a él. Me hice un poco la remolona, pero terminé a su lado. Sonriente, me preguntó por esa canción de la que le hablé. No sabía a qué se refería hasta que caí en la cuenta. Me incorporé y busqué en mi portátil el tema de Pablo Alborán. Play. El piano sonaba y yo regresé a la cama con él. Sus ojos me miraban con dulzura. Me moría por besarle. El corazón me latía a mil por hora. Traté de disimular mi ansiedad y mi nerviosismo. Él parecía muy tranquilo. Como si estuviese acostumbrado a situaciones de ese tipo. Tomó la iniciativa y me puso una mano en la rodilla. Luego, se inclinó despacio y me acarició el pelo. Lo tenía muy cerca. Su rostro ya se encontraba a sólo unos cuantos centímetros del mío. ¿Quería él ese beso tanto como yo? Lo intuía. Lo sentía. Y lo experimenté. Sí, lo quería. Y fue muy bonito. Sentir de nuevo sus labios en los míos. Increíble. Me dejé llevar por sus besos, olvidándome de todo. No me importaba que mis padres estuviesen abajo con los suyos. Ni que fuéramos o no fuéramos novios. Sólo me preocupaba una cosa: su boca, que danzaba con la mía en un baile continuo y preciso. Volaron los nervios, los miedos, la incertidumbre. Tenerle ahí, conmigo, era todo lo que pretendía. Lo que buscaba y había encontrado. ¿Magia? Sí, era algo así como magia. Un sueño del que no quería despertar… pero del que desperté. Un sonido, que me resultaba familiar, irrumpió en nuestra intimidad. Adrián tenía un mensaje en el móvil. ¡Qué oportuno! Esto hizo que se detuviera, aunque intenté que se olvidara de él. Estábamos tan bien. Sin embargo, no tuve éxito. Se disculpó y sacó su teléfono de uno de los bolsillo del pantalón. Resoplé al verlo leer aquel SMS. Como ayer, su expresión cambió. Y como ayer, me comentó que tenía que irse. ¡No! ¿Por qué? No me dio explicaciones. Un último beso en la mejilla y adiós. Observé indignada cómo abría la puerta de mi habitación y se marchaba. ¡Qué rabia! Estaba realmente enfadada. ¿Qué era tan importante para dejarme allí tirada? Cuánto misterio. Y no me gustaba nada. Me levanté de la cama refunfuñando, apagué la música y bajé al jardín. Mis padres y los suyos seguían riendo y hablando. Yo ya no tenía ganas de reír. Me senté con ellos y aguanté impaciente a que Adrián se dignara a darme un buen motivo por el que se había marchado. Pero por más que miré mi móvil y revisé el ordenador durante toda la tarde, no recibí ni una sola respuesta. ¿Dónde se había metido?

Capítulo 8
Y eso he hecho. He cogido una libreta, un bolígrafo de tinta azul y me he tumbado en la cama dispuesta a dejar libres cada uno de mis pensamientos. Ha resultado, ya que durante varios minutos no he dejado de escribir ni un instante. Uff. Lo necesitaba. Para qué nos vamos a engañar, no estoy bien. Nada bien. Y es que las cosas han cambiado mucho en tan sólo un día.

Desaparecido…
Cuando me desperté esta mañana, lo primero que hice fue mirar el móvil por si Adrián me había dejado algún mensaje o me había llamado. Nada. Ayer desapareció después de recibir aquel SMS y no volvió a dar señales de vida. Somos vecinos, ¿debería haber ido a su casa a preguntar qué le había pasado? Quizá. Pero todavía no me había quedado muy claro qué éramos y qué derechos y obligaciones tenía con él. Así que me aguanté y me fui a la cama triste. Hasta me entraron ganas de llorar. Me gusta mucho ese chico y que se marchara así, sin dar explicaciones y no volviera a llamarme, me afectó de verdad. Observaba el móvil cada dos minutos deseando que sonara, que fuera él. Qué sensación de angustia tan enorme. Me preguntaba qué estaría haciendo, por qué no se ponía en contacto conmigo. ¿No lo habíamos pasado bien juntos? ¿No me merecía algunas respuestas? Yo creía que sí. Aunque no fuéramos novios todavía. Aunque sólo fuéramos compañeros de clase con los sentimientos confusos. Aunque fuéramos amigos y nada más. Pero después de lo que había ocurrido entre ambos durante el fin de semana, lo menos que me merecía era una llamada. Sin embargo, ésta no se produjo. Esta mañana, mientras me dirigía hacia el instituto, deseaba con todas mis ganas encontrármelo en el camino. Abrazarle, besarle. Cogerle de la mano y reírnos en silencio. No reprocharle nada, sino simplemente, seguir con lo nuestro. Nuestra historia. Soy tonta, lo sé. Pero mis intenciones eran ésas. En cambio, ni rastro de Adrián. ¿Estaría ya en clase? No. No estaba.

A escondidas
Y tampoco asistió a la primera hora. Ni a la segunda. Ni apareció en la tercera. Ahora sí, empezaba a preocuparme de verdad. ¿Y si le había pasado algo serio? Estuve a punto de marcharme en el recreo, pero tampoco tenía demasiado sentido que lo hiciera. ¿Cómo iba a justificar mi falta de asistencia? Entonces y, aunque está prohibido usar los teléfonos en el recreo, decidí llamarlo. Me escondí en el gimnasio después de asegurarme de que no había nadie. Y lo llamé. Dos, tres veces. Me estaba volviendo loca. Siempre la misma respuesta. El número al que estaba llamando estaba apagado o fuera de cobertura. ¡No me lo podía creer! Adrián se había esfumado. Había desaparecido de la tierra. Sentada en una montaña de colchonetas, le daba vueltas a la cabeza. Intentaba buscar algo que se me hubiera pasado por alto. Era tal mi locura que hasta me planteé las posibilidades más surrealistas. ¿Lo habían abducido los extraterrestres? ¿Se había fugado de casa? ¿Y si Adrián realmente no existía y era todo fruto de mi imaginación? No. ¡Todo aquello era imposible! Y yo me estaba volviendo loca de verdad. Retrocedí en el tiempo y analicé la situación. Y la conclusión a la que llegué es que las dos veces que Adrián desapareció y se comportó de manera extraña fue tras recibir aquellos misteriosos mensajes en el móvil. Ahí estaba la clave. ¿Quién se los enviaría y qué dirían? En esas reflexiones estaba cuando la puerta del gimnasio se abrió. Rápidamente, me levanté y me escondí detrás de la montaña de colchonetas. Lo único que me faltaba es que el profesor de Educación Física me pillara allí en la hora del recreo. Sin embargo, pronto me di cuenta de que no era una, sino dos personas las que entraron. Se reían y hablaban en voz baja. Y luego… ¿Besos? ¿Aquello era lo que parecía? ¡Sí! ¡Una pareja se había metido en el gimnasio para enrollarse allí dentro! Rezaba para que no vinieran a las colchonetas. Si algo lo deseas mucho se supone que se cumple. O no. Porque la parejita no tuvo en cuenta mis súplicas y se dirigió exactamente hacia donde yo estaba. ¡Madre mía! ¡No quería presenciar nada de lo que no estaba invitada a presenciar! Me di la vuelta y me tumbé en el suelo para que no me vieran. Los chicos, sin ningún tipo de pudor, se echaron en la colchoneta de arriba y comenzaron a besuquearse. Y yo al lado, tumbada y muerta de vergüenza. ¡Qué marrón tan grande! ¿Duraría mucho aquella fiesta? El timbre que anunciaba el final del recreo no tardaría en sonar. Cerré los ojos y volví a rezar. En esta ocasión imploré para que sólo hubiera besos. Que no pasaran a la siguiente fase, por favor. Mi vida estaría marcada para siempre por aquella pareja si decidían dar un paso más. Pero afortunadamente, el timbre sonó. ¡Salvada!

Todos contra mí
Los chicos se dieron los últimos besos y, riendo, se levantaron. Menos mal, fin a la pesadilla. Aunque en ese momento, que ya no había peligro, sentí curiosidad por saber de quienes se trataba. Muy despacio me fui incorporando y me asomé por uno de los lados de la montaña de colchonetas. Y entonces, me quedé blanca. Mira que eso es difícil, porque mis pómulos siempre están sonrosados. Menuda sorpresa… El chico era nada más y nada menos que mi ex: Pablo. Se estaba peinando con las manos cuando lo vi. Sonreía y resoplaba jadeante. Y ella… ¿la chica del cine? No. No era Susana, la tía más buena de mi clase. Ojalá lo hubiera sido. Sin embargo, a quien descubrí metiendo la mano en el bolsillo trasero del vaquero de Pablo fue a Alicia. Alicia y Pablo… ¿Cómo me podían hacer algo así? Mi mejor amiga y mi único ex novio. El chico que hasta hace dos días me hacía dudar si lo quería y la chica que sabía todo de mí, con la que había compartido tantas cosas en estos años. Tardé en reaccionar. Hasta tal punto que perdí la siguiente clase. A lo de Adrián había que sumar lo que acababa de ver. No comprendía nada. ¿Desde cuándo se liaban esos dos? ¿Era una venganza por lo del sábado? ¿Estaban saliendo o sólo era un rollo ocasional? Bah, qué mas daba. Yo no tenía derecho a juzgarlos. Aunque me hervía la sangre, no podía prohibirles que estuvieran juntos. Si se querían, era su problema. Sí, un gran problema, porque aquella relación no tenía ningún futuro. Sabiendo como es uno y como es la otra, no durarían nada. La hora pasó. Mi estado de ánimo estaba por los suelos. No puedo negarlo. Pero debía volver a clase. Tal vez, Adrián estaría ya allí. Eso me daría ánimos. Y con ese mínimo de esperanza salí del gimnasio y regresé a mi aula. Nueva desilusión. El chico del que me estaba enamorando seguía desaparecido. Su asiento estaba vacío. Alicia me miró desconcertada al verme. Como el profesor ya había entrado en clase, no pudimos hablar nada, pero con gestos, me preguntó que dónde me había metido. No le respondí y giré la cara hacia otro lado. Estaba muy enfadada y también preocupada, así que permanecí toda la hora comiéndome la cabeza. Adrián, Pablo y Alicia… Todos se habían puesto en mi contra. ¡No era justo!

¡Lo que me faltaba!
Quería gritar, explotar. Decirle a todos que no se rieran de mí. Yo no había hecho nada malo. Alguien tenía que pagar mi rabia. Y fue… mi amiga. Alicia se acercó en el último intercambio de clase. Quiso saber dónde me había metido en la hora que había faltado. No le respondí al principio, pero cuando me dijo que si me pasaba algo, que no tenía buena cara… no me pude contener. Le solté todo lo que había visto en el gimnasio y le grité que si aquello era una especie de venganza. Hasta le insinué que ella se había convertido en el segundo plato de los chicos que yo no quería. Ella no respondió nada. Se marchó a su asiento en silencio y permaneció el resto de la clase mirando hacia ninguna parte. Qué mal me sentí. Me fui arrepintiendo de todo lo que le había dicho en cada minuto de la siguiente hora. ¿Cómo había podido hablarle de esa manera? Y lo peor fue que no pude disculparme. Al sonar el timbre, mi amiga salió corriendo y no me dejó que me acercara. Había metido la pata una vez más. Y esta vez era grave. Pero la mañana y los sobresaltos no habían terminado. En el camino de vuelta a casa, lo vi. Sí, era él. Estaba sentado en un banco del parque cercano a casa. ¡Adrián! ¡Por fin! Pero no estaba solo. Una chica muy guapa lo acompañaba. Los dos estaban hablando, muy juntos. Como una pareja. ¿Qué hacía? Ya no sabía qué sentía. Estaba confusa, triste, cansada de todo y de todos… pero saqué fuerzas y me acerqué hasta ellos. Quería una explicación. Suspiré, me subí la mochila y apreté los dientes. Antes de llegar hasta ellos, grité su nombre. ¡Adrián! Él me miró y ella también. La observé más de cerca. Era una chica preciosa, pero lo más curioso es que aunque no la había visto en mi vida, me resultaba algo familiar. Enseguida supe el motivo. Aquella chica se parecía a mí. Por tanto, no podía tratarse de otra que de Lidia, la ex del chico que me gustaba.

Capítulo 9
Sin nadie más que te moleste. Te evades del mundo, refugiándote bajo unas cuantas gotas de agua que, a presión, golpean tu cuerpo de manera incesante. Te relajas e intentas no pensar. Cierras los ojos y notas el calor en tu piel, cómo se empapa tu pelo… Y evitas pensar. «No pienses, no pienses…». ¡Imposible! Ni bajo la ducha he logrado hoy desconectar. Y que no se diga que no lo he intentado. Incluso he cantado varios temas de Maldita Nerea y Despistaos. Mal, muy mal, porque desafino muchísimo. Pero cuando estaba entregada al «Caricias en tu espalda», me he puesto a llorar como una tonta. ¿Por qué me ha tenido que pasar a mí? El encuentro con Adrián y su ex novia me ha marcado demasiado. Lidia es tan… tan… perfecta. Con esos ojos tan azules y ese pelo tan bien cuidado. Nos parecemos un poco, sí. Pero ella es la versión mejorada de mí. Después de clase, los vi juntos. No me lo quería creer. Enseguida, supe quién era aquella chica. No podía ser otra. ¿Ella había sido la responsable de la ausencia de Adrián desde ayer por la tarde y la que le había mandado los mensajes al móvil? Tenía que saberlo. Me acerqué hasta ellos, que me miraron en cuanto grité el nombre del chico que me gustaba.

¡Pillados!
Él se puso de pie, pero ni siquiera tuvo la intención de darme dos besos. Simplemente, me saludó con frialdad con la mano y me presentó a su acompañante. «Laura, ésta es Lidia». Me quedé helada. Intuía de quién se trataba, pero ahora que me lo había confirmado, mis sensaciones eran más extrañas aún. Se me formó un nudo en la garganta y de lo único que tenía ganas era de salir corriendo de allí. Sin embargo, aguanté inmóvil, de pie, le di dos besos y esperé acontecimientos. En los siguientes segundos, ninguno dijo nada. Al menos, no lo recuerdo. Fue un instante tenso. Yo, por una parte, quería saber qué estaba pasando, pero por otra temía escuchar algo que me partiera el corazón. ¿Habían vuelto juntos? Esa idea no dejaba de atormentarme. Para ser sinceros, no podía competir con aquella belleza. Era una de las chicas más guapas que había visto nunca. Sin embargo, lo que sucedió a continuación, me sorprendió. Adrián y Lidia se despidieron y quedaron en llamarse más tarde. La chica me miró una última vez, sonrió con cierta tristeza y se marchó.  «¿Damos una vuelta?», me preguntó Adrián cuando nos quedamos a solas. Asentí con la cabeza y comenzamos a caminar los dos juntos. Muy despacio. Como si quisiéramos parar el tiempo. Ojalá lo hubiéramos hecho si eso hubiera significado quedarme a su lado para siempre. Pero no se pueden conseguir las cosas que son imposibles y él me tenía que revelar lo que estaba pasando.

La explicación…
Soplaba un poco de viento frío. Aunque lo que realmente me hizo estremecer fue cada palabra que salió de la boca de Adrián. Estaba sereno y hablaba con la habitual tranquilidad con la que lo hace normalmente. A pesar de que la situación no era sencilla para él, no parecía nervioso. «Entiendo que puedas estar enfadada conmigo…», empezó a decir. «Pero ha surgido algo que me ha tenido ocupado estos días. Lidia se ha escapado de casa». ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? Preguntas y más preguntas invadieron rápidamente mi cabeza. Tantas que no era capaz de pronunciar ni una sola palabra. Bloqueada. Así que opté por quedarme en silencio, atenta a lo que Adrián me contaba. «Nunca se ha llevado bien con sus padres. Siempre están discutiendo. Nunca había ido a más, pero el sábado, después de una nueva bronca, decidió fugarse. Cogió un autobús, me mandó un mensaje al móvil y vino a verme. Ella y yo, aunque ya no vivimos en la misma ciudad, seguimos en contacto. Pasó la noche en mi casa, en mi habitación, sin que mis padres se enteraran. Hablamos mucho y finalmente la convencí para que volviera. Ella no quería pero accedió. Sin embargo, me engañó. Cuando ayer estaba en tu casa, me mandó un nuevo SMS en el que decía que no había vuelto y que estaba en mi cuarto llorando. Regresé con ella y estuvimos el resto del día juntos. Lidia no tenía intención de irse a su casa. No sabía qué hacer. Me rogaba para que la ocultara en mi dormitorio un par de días más, pero cuando esta mañana le subía algo de desayunar, mi madre la descubrió». Uff. Menuda historia. Estaba asombrada. Una chica, de mi edad, que se escapa de casa y se fuga en bus hasta la ciudad en la que vive su ex novio. ¡Como en una película! Yo no sería capaz. Pero había más. La parte más importante de todas y en la que yo estaba implicada. «Cuando mi madre la pilló en mi dormitorio y después de contarle lo que sucedía, lo primero que hizo fue llamar a sus padres para tranquilizarlos. Ellos estaban muy preocupados e incluso habían ido a la policía para avisar de la desaparición de su hija. Lidia habló con ellos por teléfono y, llorando, les pidió disculpas. Prometió regresar esta tarde pero les insistió en que la dejaran estar conmigo el resto de la mañana. Dijeron que sí y mis padres también me han dado permiso para no ir hoy a clase… Por eso no he ido al instituto. Lidia, además, tenía algo que decirme. Me ha contado que no se ha olvidado de mí. Que nunca ha dejado de quererme y desea que volvamos a ser novios. Que aunque no vivamos en la misma ciudad, podríamos pasar los fines de semana juntos y, el resto del tiempo, seguir en contacto por el móvil y redes sociales».

«Estoy hecho un lío»
Cada palabra que Adrián iba diciendo me hacía más daño. Finalmente, estaba en lo cierto. Su ex novia quería recuperarlo. Y si lo pretendía, seguro que lo lograba. Seguimos andando, sin rumbo fijo. En silencio. Yo esperaba que continuara la historia, pero daba la impresión de que él estaba pensando cómo decirme las cosas sin hacerme más daño. Y prosiguió hablando: «Tú me gustas. Ya lo sabes. Desde que te conocí, me has gustado. Y no te puedes imaginar la de veces que pienso en ti a lo largo del día…». Entonces se detuvo y me cogió de la mano. Me miró fijamente a los ojos y por primera vez noté inseguridad en su mirada. No sonreía, ni estaba serio. Su expresión era tan confusa como sus sentimientos. «Pero al ver de nuevo a Lidia… y saber qué es lo que siente, se han despertado dentro de mí sentimientos que pensaba que habían desaparecido completamente. Laura, estoy hecho un lío». ¿Y yo? ¿Cómo estaba yo? Mal. Mal no, fatal.

Traicionada…
El chico del que me estaba enamorando, que me había arrebatado un trocito de mi corazón, me estaba diciendo que quizá su ex novia, que era mejor que yo, le seguía gustando. ¡Los tíos son todos iguales! Me solté de su mano y, sin decir nada, me puse a andar. Adrián aceleró para colocarse a mi lado y, uno junto al otro, caminamos hacia nuestras casas. Aquel chico me estaba haciendo daño. Como el otro: Pablo. Los dos eran muy diferentes, pero ambos habían logrado el mismo resultado. Era lo que pensaba durante todo el trayecto. ¿Quién me mandaría a mí meterme en líos con chicos? ¿No había prometido en Navidades que pasaría de ellos? En el fondo, me lo tenía merecido. Por ingenua. Ya no es una cuestión de mala suerte, sino de que debo tener algo que hace que los tíos se fijen en otras cuando están conmigo. ¿Qué haré mal? No soy una modelo, pero tampoco estoy tan mal. ¿No? Llegamos a mi casa. Y entonces ocurrió todo muy deprisa. Adrián se puso delante de la puerta de entrada. Me preguntó que qué pensaba, que por qué no decía nada. Yo le pedí que por favor me dejara en paz. Si él tenía que pensar quién de las dos le gustaba más, yo también tenía que decidir si le volvía a hablar alguna vez. Y cuando las cosas parecían que no podían ir peor entre nosotros, me besó. Sí, me besó. No sé si lo había planeado durante el camino o le salió impulsivamente. Sentí sus labios presionando con fuerza los míos. Y sus manos aparecieron de repente en mi cintura. ¿Si me gustó? ¡Claro! Tanto, que le puse mis codos en su pecho, lo empujé un poco hacia atrás, apartándolo, y con la palma de la mano derecha le solté una bofetada que hasta asustaría a cualquiera sólo del sonido que hizo. Jamás creo que olvide su cara en ese momento. Terror. Miedo. Pavor. Todos los estados mezclados en uno. Incluso me sentí culpable. Pero no era tiempo ni de pedir disculpas ni de rebajarse. Me despedí con un seco «adiós» y entré en mi casa. Y así están las cosas. Sé que lo he hecho mal. Pero también sé que tenía motivos para estar enfadada. No es justo que jueguen conmigo de esa forma. ¡No es nada justo! A pesar de todo, no estoy satisfecha de mis últimas actuaciones. Le he pegado al chico que me gusta, que no sabe si le gusto yo o su ex novia, la chica perfecta, y mi mejor amiga, Alicia, y yo estamos enfadadas porque se ha liado con mi ex novio, Pablo. Problemas y más problemas. Creo que nada de esto tiene solución, aunque quién sabe qué es lo que puede pasar mañana. Tal vez, como en las novelas, todo tenga un final feliz. Aunque lo dudo mucho…

Capítulo 10
Abrazada a la almohada escucho música. Estoy destapada, no tengo frío, aunque todavía llevo los calcetines puestos. Los mismos calcetines que esta mañana se colorearon de verde por la hierba húmeda. Amaneció nublado. Y justo cuando salí de casa para ir al instituto, comenzó a llover débilmente. Como siempre, no llevaba paraguas. Llegaría a clase con el pelo hecho un desastre. Aunque en esta ocasión no me importaba demasiado. Tenía muchas cosas en la cabeza como para preocuparme por mi peinado.

Confianzas…
Sin embargo, alguien se acercó por detrás hasta mí y me resguardó bajo su paraguas. Me quedé sorprendida cuando descubrí que aquella persona era Alicia. Ella y yo no habíamos hablado desde ayer al salir de clase cuando le solté todas esas cosas. Ni por las redes sociales, ni por el messenger, ni tampoco por SMS. Nada. Así que suponía que estábamos enfadadas. En cambio, la mirada de mi amiga era como si nada hubiera pasado entre nosotras. Y sonreía. Enseguida supe el motivo. Lo primero que Ali me dijo era que no quería tener mal rollo conmigo y que me necesitaba. En silencio, la escuchaba atenta. «Verás, Laura. Yo sé cómo soy. No soy lista y a veces me llevo palos por ser tan ingenua. Me enamoro con mucha facilidad. Y creo que me ha vuelto a pasar. Aunque siento que esta vez es diferente. Me parece que me he pillado de Pablo». No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Hablaba en serio? «Sé cómo es él. Y que cuando nos enrollamos tal vez sólo me quería para eso. Lo ha hecho con otras chicas». ¡Lo ha hecho conmigo! Estuve a punto de gritarle. Pero me contuve y seguí escuchando su historia. «Ayer, por la tarde, me llamó y vino a mi casa. Sabía que estaba mal por lo que había pasado contigo en clase. Y no te voy a mentir, te pusimos verde los dos. Pero poco a poco, comprendimos que era normal que tú estuvieras enfadada». La lluvia caía con más fuerza a medida que nos acercábamos al instituto. Como las palabras de Alicia, que conforme más me contaba, más emoción contenían. «Hablamos mucho. Toda la tarde, hasta que se hizo de noche. Yo pensaba que sólo quería liarse conmigo y estaba esperando el momento oportuno. Pero sorprendentemente, no fue así. Se fue a su casa, sin ni siquiera intentarlo. Sólo un beso en los labios de despedida. Me quedé… Vi a un Pablo diferente. No al de los últimos meses, sino a aquel chico que salía contigo. Te envidiaba cuando estábais juntos, porque pensaba que érais la pareja perfecta y que yo nunca podría tener algo así».

Amigas 4ever
Estábamos en la puerta del instituto. Alicia se paró y me miró a los ojos. «Me gusta. Y puede que me estrelle porque, realmente, no estoy segura de que él quiera algo serio conmigo. Pero basta de que nosotras nos tiremos los trastos a la cabeza por los tíos. Si te molesta que lo intente con Pablo, pasaré de él». Lo decía de verdad. Sus palabras eran más sinceras que nunca. Hasta parecía más madura. Y yo, ¿qué podía contestarle? Sabía que Pablo no era de fiar. Que lo más probable era que le hiciera daño. Conmigo había pasado lo mismo. Sin embargo, al ver cómo le brillaban los ojos y la forma en la que me lo contó, me hizo darme cuenta de que yo no era nadie para romper sus ilusiones y mucho menos para juzgarla. Así que sonreí, le di un beso en la mejilla y le respondí que la apoyaría en todo lo que decidiera. Con un abrazo bajo la lluvia, Alicia y yo firmamos la paz definitiva. Amigas para siempre.

http://www.superpop.es/relatos/amor-a-los-14




1 comentario:

  1. Hola tengo una duda, no es un libro no? solo una breve historia? gracias

    ResponderEliminar